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El hombre mediocre

El genio no es un azar ni una enfermedad; ni es, tampoco, un capricho intercalado en el curso de la historia. Es una convergencia de aptitudes personales y de circunstancias infinitas. Cuando una raza, un arte, una ciencia ó un credo preparan su advenimiento ó atraviesan por una renovación fundamental, él aparece, extraordinario, personificando nuevas orientaciones de los pueblos ó de las ideas. Las anuncia como artista ó profeta, las desentraña como inventor ó filósofo, las emprende como conquistador ó estadista. Sus obras le sobreviven y permiten reconocer su huella á través del tiempo. Es rectilíneo é incontrastable porque encuentra su clima y su hora: vuela y vuela, superior á todos los obstáculos, hasta alcanzar la genialidad. Llegando á deshoras viviría inquieto, fluctuante, desorientado; sería siempre intrínsecamente un ingenio, podría llegar al talento si se acomodara á alguna de sus vocaciones adventicias, pero no sería un genio. No podría serlo. Nunca.

Otorgar ese título á cuantos descuellan por determinada aptitud, significa confundir en una misma jerarquía á todos los que se elevan sobre la mediocridad; es tan inexacto como llamar idiotas á todos los hombres inferiores. El genio y el idiota son los términos extremos de una escala infinita. Por haberlo olvidado mueven á sonreir las estadísticas y las conclusiones de los Moreau y los Lombroso. Reservemos el título á pocos elegidos. Son animadores de una época, transfundiéndose, algunas veces, en su generación y con más frecuencia