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El hombre mediocre

social entre el imbécil y el genio, representa un progreso comparado con el primero y ocupa su rango si le comparamos con el segundo. Si fuera inútil no existiría: la selección natural habríale exterminado. Ello no ocurre. Sus idiosincracias son relativas al medio y al momento en que actúa. Es tan necesario para la sociedad como las palabras para el estilo; pero no basta alinearlas para crearlo. La mediocridad yace en el diccionario; el estilo es una originalidad individual.

Los temperamentos idealistas, románticos, imaginativos, sea cual fuere su escuela filosófica ó su credo literario, le son hostiles. Toda moral individualista ó estética condena la mediocridad: desde Renán y Hugo hasta Guyau y Flaubert. La creación de belleza es un esfuerzo original; la historia del arte conserva los nombres de pocos creadores y olvida á innúmeros secuaces que los imitan.

Pero ante la moral social, utilitaria siempre, los mediocres encuentran una justificación, como todo lo que existe por necesidad. El contraste eterno entre las fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos grandes actitudes que agitan la mentalidad colectiva: el espíritu conservador ó rutinario y el espíritu original ó de rebeldía.

Bellas páginas les consagró Dorado. Cree imposible dividir la humanidad en dos categorías de hombres, los unos rebeldes en todo y los otros en todo rutinarios; si así fuera, no sabría decirse cuáles interpretan mejor la vida. No es factible un vi