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El hombre mediocre

sar lo mejor posible sus cortos días sobre la tierra, sin preocuparse de sus prójimos ni de las generaciones posteriores? ¿Es pecado obrar de ese modo? ¿Pecan, tal vez, los que no piensan en sí y viven para los demás: los abnegados y altruístas, los que sacrifican sus goces y fuerzas en beneficio ajeno, renunciando á sus comodidades y aun á su vida, como suele ocurrir? Por indefectible que sea pensar en el mañana y dedicarle cierta parte de nuestros esfuerzos, es imposible dejar de vivir en el presente, pensando en él, siquiera en gran parte. Antes que las generaciones venideras están las actuales; otrora fueron futuras y para ellas trabajaron las pasadas.

Ese razonamiento, aunque sanchesco, es respetable; el psicólogo nada podría oponerle si el idealismo y la mediocridad no tuviesen un valor moral. Cada individuo habla el idioma de su conveniencia inmediata; pero el moralista usa otra lengua y sus juicios de valor traducen conceptos colectivos que califican la conducta individual. Evidentemente, cada hombre es como es y no podría ser de otra manera; tiene tanta culpa de su delito el asesino como de su creación el genio. El original y el rutinario, el holgazán y el laborioso, el malo y el bueno, el generoso y el avaro, todos lo son á pesar suyo; no lo serían si el equilibrio de la sociedad lo impidiese.

¿Por qué, entonces, la humanidad admira á los santos, á los genios y á los héroes, á todos los que inventan, enseñan ó plasman, á los que piensan en