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El hombre mediocre

les: éstos viven esperando—con encantadora ausencia de ideas propias—los impulsos y las sugestiones de los cerebros luminosos. El rutinario no cede fácilmente á las instigaciones de los originales; pero su misma inercia es garantía de que sólo recoge las ideas convenientes al bienestar social. Su gran culpa consiste en que se le encuentra sin necesidad de buscarlo; su número es inmenso. Su inteligencia es un espejo en que se reflejan todas las similares. Á pesar de todo, es necesario; constituye el público de esta comedia humana en que los hombres superiores avanzan hasta las candilejas, buscando su aplauso y su sanción. Nordau llega hasta decir con fina ironía: «Cada vez que algunos hombres de genio se encuentren reunidos en torno de una mesa de cervecería, su primer brindis, en virtud del derecho y de la moral, debiera ser para el hombre mediocre.»

Es tan exagerado ese criterio irónico que proclama su conspicuidad, como el criterio estético que lo relega á la más baja esfera mental, confundiéndolo con el hombre inferior. Entre ambos extremos fluctúa su posición ecuánime. Individualmente considerado, á través del lente moral y estético, el hombre mediocre es una entidad negativa y deleznable; tomada la mediocridad en su conjunto, las sociedades pueden reconocerle funciones indispensables para su equilibrio.

Merece esa justicia. ¿La continuidad de la vida social sería posible sin esa compacta masa de hombres puramente imitativos, capaces de conser