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José Ingenieros

Montaigne ó un discurso de Helvecio—; cuando el corazón se te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota—; cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir—; y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad ó de Belleza.

Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente á una aurora ó cimbran ante una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reir con Molière, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecen ante el David, la Cena ó el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando á filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo Real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas.

El Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.

Al poeta que definiera en esos términos, podría sintetizarlo así el filósofo: los Ideales son visiones que se anticipan al perfeccionamiento de la realidad.