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El hombre mediocre

sus vastas orejas á la Ignorancia y la Sospecha.

En esta apasionada reconstrucción de un cuadro de Apeles, descrito por Luciano, parece adquirir dramáticas firmezas el suave pincel que desborda dulzuras en la «Virgen del Granado» y el San Sebastián,» invita al remordimiento con «La Abandonada,» santifica la vida y el amor en la Alegoría de la Primavera» y el «Nacimiento de Venus.»

Los mediocres, más inclinados á la hipocresía que al odio, prefieren la maledicencia sorda á la calumnia violenta. Sabiendo que ésta es criminal y arriesgada, optan por la primera, cuya infamia es subrepticia y sutil. La una es audaz; la otra cobarde. El calumniador desafía el castigo, se expone; el maldiciente lo esquiva. El uno se aparta de la mediocridad, es antisocial, es delincuente; el otro se encubre en la complicidad de sus iguales, manteniéndose en la penumbra.

Los maldicientes florecen doquiera: en los cenáculos, en los clubs, en las academias, en las familias, en las profesiones, acosando á todos los que perfilan alguna originalidad. Hablan á media voz, con recato, constantes en su afán de taladrar la dicha ajena, sembrando á puñados la semilla de todas las yerbas venenosas. La maledicencia es una serpiente que se insinúa en la conversación de los envilecidos: sus vértebras son nombres propios, articuladas por los verbos más equívocos del diccionario para arrastrar un cuerpo cuyas escamas son calificativos pavorosos.