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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/305

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CAPÍTULO XXVII.

escuderos, mas podian los emperadores que los arzobispos andantes: tambien les dijo que seria bien que él fuese delante á buscarle y darle la respuesta de su señora, que ya seria ella bastante á sacarle de aquel lugar sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Parecióles bien lo que Sancho Panza decia, y así determinaron de aguardarle hasta que volviese con las nuevas del hallazgo de su amo. Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando á los dos en una por donde corria un pequeño y manso arroyo, á quien hacian sombra agradable y fresca otras peñas y algunos árboles que por allí estaban. El calor, y el dia que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande, la hora las tres de la tarde, todo lo cual hacia al sitio mas agradable, y que convidase á que en él esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron. Estando pues los dos allí sosegados y á la sombra, llegó á sus oidos una voz, que sin acompañarla son de algun otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquel no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase, porque aunque suele decirse, que por las selvas y campos se hallan pastores de voces estremadas, mas son encarecimientos de poetas que verdades, y mas cuando advirtieron que lo que oian cantar eran versos, no de rústicos ganaderos, sino de discretos cortesanos, y confirmó esta verdad haber sido los versos que oyeron estos:

¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
¿Y quién aumenta mis duelos?
Los zelos.
¿Y quién prueba mi paciencia?
Ausencia.

De ese modo en mi dolencia
Ningun remedio se alcanza,
Pues me matan la esperanza,
Desdenes, zelos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?
Amor.
¿Y quién mi gloria repuna?
Fortuna.
¿Y quién consiente mi duelo?
El cielo.