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DON QUIJOTE.
que hacian todo eso, que de este hombre vuestra merced dice, puesto que para mi tengo, ó que vuestra merced se burla, ó que este gentil hombre debe de tener vacios los aposentos de la cabeza. —Sois un grandísimo bellaco, dijo á esta sazón Don Quijote, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy mas lleno que jamas lo estuvo la muy hideputa, puta que os parió: y diciendo y hablando[1] arrebató de un pan que junto á sí tenia, y dió con él al cabrero en todo el rostro, con tanta furia, que le remachó las narices; mas el cabrero, que no sabia de burlas, viendo con cuantas veras le maltrataban, sin tener respeto á la alhombra ni á los manteles, ni á todos aquellos que comiendo estaban, saltó sobre Don Quijote, y asiéndole del cuello con entrambas manos, no dudara de ahogarle, si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas, y diera con él encima de la mesa, quebrando platos y rompiendo tazas, y derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. Don Quijote que se vió libre acudió á subir sobre el cabrero, el cual lleno de sangre el rostro, molido á coces de Sancho, andaba buscando á gatas algun cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza; pero estorbábanselo el Canónigo y el Cura; mas el Barbero hizo de suerte, que el cabrero cogió debajo de si á Don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mogicones, que del rostro del pobre caballero llovia tanta sangre como del suyo. Reventaban de risa el Canónigo y el Cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen á los perros cuando en pendencia están trabados: solo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podia desasir de un criado del Canónigo, que le estorbaba que á su amo no ayudase. En resolucion, estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpian, oyeron el son de una trompeta tan triste, que los hizo volver los rostros ácia donde les pareció que sonaba; pero el que mas se alborotó de oirle fué Don Quijote, el cual, aunque estaba debajo del cabrero harto contra su voluntad, y mas que medianamente molido, le dijo: Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mias, ruégote que hagamos treguas, no mas de por una hora, porque el doloroso son de aquella trompeta, que á nuestros oidos llega, me parece que á alguna nueva aventura me llama. El cabrero, que ya estaba can-
  1. Diciendo y haciendo deberia decir, por ser esta una errata de imprenta conocida, pues este modismo de la lengua es invariable; y así en la P. I. cap. XXII, p. 149 dijo el mismo Cervantes: y diciendo y haciendo.