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Don Quijote.

desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó á llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando á unos, descabezando á otros, es- tropeando á este, destrozando á aquel, y entre otros muchos tiró un altibajo tal, que si Maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con mas facilidad que si fuera hecha de ma- sa de mazapan. Daba voces Maese Pedro, diciendo: Deténgase vuesa merced, señor Don Quijote, y advierta que estos que derri- ba, destroza y mata, no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta: mire ¡pecador de mi! que me destruye y echa á perder toda mi hacienda. Mas no por esto dejaba de menudear Don Qui- jote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos. Final- mente, en menos de dos credos, dió con todo el retablo en el sue- lo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus jarcias y figuras, el rey Marsilio mal herido y el emperador Carlo Magno partida la corona y la cabeza en dos partes. Alborotóse el senado de los oyen- tes, huyóse el mono por los tejados de la venta: temió el primo, aco- bardóse el page, y hasta el mesmo Sancho Panza tuvo pavor gran- dísimo, porque como él juró despues de pasada la borrasca, jamas habia visto á su señor con tan desatinada cólera. Hecho pues el general destrozo del retablo, sosegōse un poco Don Quijote y dijo: -Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen, ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes: miren, si no me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen Don Gayféros y de la hermosa Melisendra; á buen seguro que esta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado estos canes, y les hubieran hecho algun desaguisado. En resolu- cion, viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra.-Viva en hora buena, dijo á esta sazon con voz enfermi- za Maese Pedro, y muera yo, pues soy tan desdichado que puedo decir con el rey Don Rodrigo: Ayer fuí señor de España, y hoy no tengo una almena que pueda decir que es mia. No ha media ho- ra, ni aun un mediano momento que me ví sèñor de reyes y de em- peradores, llenas mis caballerizas y mis cofres y sacos de infinitos caballos y de innumerables galas, y agora me veo desolado y aba- tido, pobre y mendigo, y sobre todo sin mi mono, que á fé que pri- mero que le vuelva á mi poder me han de sudar los dientes, y todo por la furia mal considerada deste señor caballero, de quien se di- ce, que ampara pupilos y endereza tuertos, y hace otras obras cari-

tativas, y en mí solo ha venido á faltar su intencion generosa, que