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Don Quijote.

da lo amargo, respondió la Condesa, y tan amargo, que en su com- paracion son dulces las tueras, y sabrosas las adelfas.-Muerta, pues, la reina, y no desmayada, la enterramos, y apenas la cubrimos con la tierra, y apenas le dimos el último vale, cuando ¿quis talia fan- do tempere a lacrimis? Puesto sobre un caballo de madera, pa- reció encima de la sepultura de la reina el gigante Malambruno, primo cormano de Maguncia, que junto con ser cruel era encanta- dor, el cual con sus artes, en venganza de la muerte de su corma- na, y por castigo del atrevimiento de Don Clavijo, y por despecho de la demasía de Antonomasia los dejó encantados sobre la mesma sepultura, á ella convertida en una ximia de bronce, y á él en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido, y entre los dos está un padron asimesmo de metal, y en el escritas en lengua siriaca unas letras, que habiéndose declarado en la candayesca, y ahora en la castellana, encierran esta sentencia: No cobrarán su prime- ra forma estos dos atrevidos amantes, hasta que el valeroso Man- chego venga conmigo á las manos en singular batalla, que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventu- Ta. Hecho esto sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfan- ge, y asiéndome á mí por los cabellos hizo finta ¹ de querer segar- me la gola ³ y cortarme á cercen la cabeza. Turbéme, pegóseme la voz á la garganta, quedé mohina en todo estremo; pero con todo me esforcé lo mas que pude, y con voz tembladora y doliente le dije tantas y tales cosas, que le hicieron suspender la ejecucion de tan riguroso castigo. Finalmente, hizo traer ante sí todas las dueñas de Palacio, que fueron estas que están presentes, y despues de ha- ber ecsagerado nuestra culpa, y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando á todas la culpa que yo sola tenia, dijo que no queria con pena capital casti- garnos, sino con otras penas dilatadas que nos diesen una muerte civil y continua; y en aquel mesmo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas, que se nos abrian los poros de la ca- ra, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos á los rostros, y hallámonos de la manera que ahora vereis: y luego la Dolorida y las demas dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venian, y descubrieron los rostros todos poblados de barbas, cuales rubias, cuales negras, cua- les blancas y cuales albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar 1 Fingió, aparentó.

2 La garganta.