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Capítulo LIX.

aquel refrán que dicen: Muera Marta, y muera harta: yo á lo menos no pienso matarme á mí mesmo; antes pienso hacer como el zapa- tero que tira el cuero con los dientes, hasta que le hace llegar don- de él quiere: yo tiraré mi vida comiendo, hasta que llegue al fin que le tiene determinado el cielo: y sepa señor, que no hay mayor locura que la que toca en querer desesperarse como vuesa merced: y créame, y después de comido échese á dormir un poco sobre los colchones verdes destas yerbas^ y verá como, cuando despierte, se halla algo mas aliviado. Hízolo asi Don Q^uijote, pareciéndole que las razones de Sancho mas eran'de filósofo que de mentecato, y díjole: — Si tú, 6 Sancho, quisieses hacer por mí lo que yo ahora te diré, serian mis alivios mas ciertos y mis pesadumbres no tan grandes, y es, que mientras yo duermo, obedeciendo tus consejos, tú te desviases un poco lejos de aquí, y con las riendas de Roci- nante, echando al aire tus carnes, te dieses trescientos ó cuatrocien- tos azotes á buena cuenta de los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea, que es lástima no pequeña, que aquella pobre señora esté encantada por tu descuido y negligencia. — Hay mucho que decir en eso, dijo Sancho: durmamos por ahora entrambos, y después Dios dijo lo que será. Sepa vuesa merced, que esto de azotarse un hombre á sangre fría, es cosa recia, y mas si caen los azotes sobre un cuerpo mal sustentado y peor comido: tenga paciencia mi señora Dulcinea, que cuando menos se cate me verá hecho una criba de azotes, y hasta la muerte todo es vida: quiero decir, que aun yo la tengo, junto con el deseo de cumplir con lo que he prometido. Agradeciéndoselo Don Quijote, comió ^ROj y Sancho mucho, y echáronse á dormir entrambos, dejando á su albedrío y sin orden algima pacer de la aWndosa yerba, de. que aquel prado estaba lleno, á los dos continuos compañeros y ami- gos. Rocinante y el rucio. Despertaron algo tarde, volvieron á su- bir y á seguir su camino, dándose prisa para llegar á una venta que al parecer una legua de allí se descubría: digo que era venta, porque Don duijote la llamó así, fuera del uso que tenia de llamar á todas las ventas castillos. — Llegaron pues á ella: pregimtaron al huésped si habia posada. — Fuéles respondido que si con toda la comodidad y regalo que pudieran hallar en Zaragoza. Apeáron- se, y recogió Sancho su repostería en un aposento de quien el hués- ped le dio la llave. Llevó las bestias á la caballeriza, echóles sus piensos, salió á ver lo que Don Quijote, que estaba sentado sobre un poyo, le mandaba, dando particulares gracias al cielo de que á

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