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Don Quijote.

manes á buscar mi hija, y á desenterrar muchas riquezas que dejé escondidas. No hallé á mi hija, hallé el tesoro que conmigo trai- go, y agora, por el estraño rodeo que habeis visto, he hallado el te- soro que mas me enriquece, que es á mi querida hija: si nuestra po- ca culpa y sus lágrimas y las mias por la integridad de vuestra jus- ticia pueden abrir puertas á la misericordia, usadla con nosotros, que jamas tuvimos pensamiento de ofenderos, ni convenimos en ningun modo con la intencion de los nuestros, que justamente han sido desterrados. Entonces dijo Sancho:-Bien conozco á Ricote, y sé que es verdad lo que dice en cuanto á ser Ana Félix su hija, que en esotras zarandajas de ir y venir, tener buena ó mala inten- cion, no me entremeto. Admirados del estraño caso todos los pre- sentes, el General dijo:-Una por una vuestras lágrimas no me de- jarán cumplir mi juramento:-Vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os tiene determinado el cielo, y lleven la pena de su culpa los insolentes y atrevidos que la cometierón; y mandó luego ahorcar de la entena á los dos Turcos que á sus dos soldados ha- bian muerto; pero el virey le pidió encarecidamente no los ahor- case, pues mas locura que valentía habia sido la suya. Hizo el general lo que el virey le pedia, porque no se ejecutan bien las venganzas á sangre heleda. Procuraron luego dar traza de sacar á Don Gaspar Gregorio del peligro en que quedaba. Ofreció Ricote para ello mas de dos mil ducados, que en perlas y en joyas tenia. Diéronse muchos medios, pero ninguno fué tal como el que dió el renegado Español, que se ha dicho, el cual se ofreció de volver á Argel en algun barco pequeño, de hasta seis bancos, armado de re- meros cristianos, porque él sabia dónde, cómo y cuando podia y debia desembarcar; y asimesmo no ignoraba la casa donde Don Gas- par quedaba. Dudaron el General y el Virey el fiarse del renega- do, ni confiar dél los cristianos que habían de bogar el remo. Fió- le Ana Félix, y Ricote su padre dijo, que salia á dar el rescate de los cristianos, si acaso se perdiesen. Firmados pues en este pare. cer, se desembarcó el Virey, y Don Antonio Moreno se llevó con- sigo á la Morisca y á su padre, encargándole el Virey que los re- galase y acariciase cuanto le fuese posible, que de su parte le ofre- cia lo que en su casa hubiese para su regalo. Tanta fué la bene- volencia y caridad que la hermosura de Ana Félix infundió en su pecho.

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