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EL JUGUETE RABIOSO

!Ah! cierto es que estaba cansado... ¿más no está escrito?: "ganarás el pan con el sudor de tu frente".

Y fregué el piso, pidiendo permiso a deliciosas doncellas para poder pasar el trapo en el lugar que ellas ocupaban con sus piececitos, y fuí a la compra con una cesta enorme; hice recados... Posiblemente, si me hubieran escupido a la cara, me limpiara tranquilo con el revés de la mano.

Cayó sobre mí una obscuridad cuyo tejido se espe. saba lentamente. Perdí en la memoria los contornos de los rostros que yo había amado con recogimiento lloroso; tuve la noción de que mis días estaban distanciados entre sí por largos espacios de tiempo... y mis ojos se secaron para el llanto.

Entonces repetí palabras que antes habían tenido un sentido pálido en mi experiencia.

—Sufrirás— me decía— sufrirás... sufrirás... sufrirás...

—Sufrirás... sufrirás...

—Sufrirás...— y la palabra se me caía de los labios.

Así maduré todo el invierno infernal.

Una noche, fué en el mes de Julio, precisamente en el momento que don Gaetano cerraba la puertecilla de la cortina metálica, doña María recordó que se había olvidado en la cocina un atado de ropa que trajera esa tarde la lavandera. Entonces dijo:

—Ché Silvio vení, vamos a traerla.

Mientras don Gaetano encendía la luz, la acompañé. Recuerdo con exactitud.

El bulto estaba en el centro de la cocina, sobre una silla. Doña María dándome las espaldas, cogió la oreja de