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EL JUGUETE RABIOSO

vestir uniformes resplandecientes.. y ser taciturno... Vida, que linda que sos Vida... que linda... Dios mío, que linda que sos.

Encontraba placer en sonreír despacio. Pasé dos dedos en orqueta por las crispaciones de mis mejillas. Y el grasnido de las bocinas de los automóviles, se estiraba allá abajo, en la calle Esmeralda, como un ronco pregón de alegrías.

Después incliné la cabeza sobre mi hombro, y cerré los ojos, pensando.

—¿Qué pintor hará el cuadro del dependiente dormido, que en sueños sonríe porque ha incendiado la ladronera de su amo?

Después lentamente, se disipó la liviana embriaguez. Vino una seriedad sin ton ni son, una de esas seriedades que es de buen gusto ostentarla en los parajes poblados. Y yo sentía ganas de reírme de mi seriedad intespestiva, paternal. Pero como la seriedad es hipócrita, necesita hacer la comedia de la "conciencia" en el cuartujo, y me dije:

—Acusado... Vd. es un canalla... un incendiario... Vd. tiene bagaje de remordimiento para toda la vida... Vd. va a ser interrogado por la policía y los jueces y el diablo... póngase serio, acusado... Vd. no comprende que es necesario ser serio... porque va a ir a dar de cabeza en un calabozo.

Pero mi seriedad no me convencía. Sonaba tan a tacho de lata vacía. No, ni en serio podía tomar esa mistificación. Yo ahora era un hombre libre, y ¿que tiene que ver la seriedad con la libertad? Yo ahora era libre, podía hacer lo que se me antojara.. matarme si quería... pero eso era algo ridículo... y yo... yo tenía necesidad de hacer algo hermosamente serio, bellamente serio: adorar a la Vida. Y repetí:

—Sí, Vida.. vos sos linda Vida... ¿sabes? de aquí en adelante adoraré a todas las cosas hermosas de la Tierra...