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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 21

— ¿De quién es la escopeta encontrada en su poder? precintó al segundo preso,

— Toma, de quién ha de ser, mia.

— Y eso, ¿cómo puede ser?

— Siendo.

— ¡A quién la ha comprado V.?

— A naide.

— ¿Quién se la ha regalado?

— Denguno, usía.

— Vamos, esplíquese V., diga cómo la ha adquirido.

— Yo diré á su mercé: volviendo de la feria me la encontré pequeñita, recien nacida, una pistolilla, un cachorrillo, así como el dedo pulgar, y á fuerza de cuidiaos, la he ido recriando, recriando, hasta que se ha hecho escopeta de dos cañones.


El jóven y las viejas.

— ¿Qué hace V. caballero? dijeron unas señoras de bastante edad á un jóven que estaba parado en la puerta de la esposicion de pinturas.

El joven las miró, se inclinó hacia ellas y les dijo con finura:

— Estoy viendo antigüedades.


Una misa corta.

Un soldado, que habia hecho la guerra en la última civil, se volvia á su casa con algunas cicatrices, pero sin un cuarto y con ningún oficio. Yendo su camino adelante, á Dios y ventura, se encontró unas alforjas, y dentro de las alforjas una cartera, y dentro de la cartera el título y dimisorias de un curato provisto por aquellos dias.

Nuestro licenciado era ingenioso, y aunque le faltaba mucho de letras, le sobraba mucho de audacia: en un momento formó su plan; se vistió de una manera conveniente, se presentó en el pueblo del curato —que era una pequeña aldea de