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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 57

— Os doy gracias, amigos mios, y estad seguros de que jamás olvidaré el dia en que habéis tenido la bondad de poner mis canas á vuestra cabeza.


Adivinanzas.

13 — ¿En qué se parece un militar á un empresario de ferro-carriles?

14 — ¿En qué se parecen los sabios á los burros?

15 — ¿De qué manera se podrán colocar tres caballos en cuatro cuadras separadas, de suerte que al mismo tiempo, sin haber mas dé tres caballos, haya sin embargo uno en cada una de las cuatro cuadras?

16 — ¿Qué es lo que se encuentra una vez en un minuto, dos en un momento y no se halla una vez siquiera en un siglo?


El predicador y el albeitar.

Un cura de un pequeñísimo lugar de la montaña acostumbraba los dias de fiesta, después de la misa, predicar á sus feligreses desde el pie del altar y dirigirles sencillas pláticas para intruirles en la doctrina cristiana y en la historia sagrada. Era además de un carácter tan bondadoso, y las costumbres del pueblo tan francas, que consentía en que le hicieran preguntas y tenia gusto, como un buen padre, de satisfacer las dudas que le proponían.

Un dia, contando la historia de Nuestro Señor Jesucristo, se equivocó en el milagro de los peces, y en vez de decir que habia mantenido cinco mil hombres con cinco panes, dijo que habia dado de comer á cinco hombres con cinco mil panes.

El albeitar del pueblo, que era desvergonzado y atrevido, le dijo:

— Por mi fé, señor cura, que lo que es eso yo también lo baria.

Pasó un año, y llegando al mismo dia y á la misma plática, el cura procuró mucho no equivo