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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 65

— Es la primera vez, y te perdono, pero te prometo que si te hallo la segunda, arrojaré tu casco por la ventana.

El amigo conoció que la amenaza no era muy terrible: se rió de ella y volvió á su intimidad pasada. El marido los sorprendió de nuevo, y cumplió su palabra; después se fué á palacio, se arrojó á los pies de Jorge I, y le pidió gracia.

— Cuéntame el caso, le dijo el rey.

— Señor, contestó el dragón, he arrojado por la ventana el casco de uno de mis camaradas, á quien he encontrado en conversación íntima con mi mujer.

— ¡Ah! ¡ah! esclamó el soberano, yo te perdono, porque el delito bien merece la pena de que arrojases el casco por la ventana.

— Señor, dijo el dragón, es el caso, que la cabeza de mi compañero estaba dentro.

— Y bien, contestó el rey, dejando de reir, he dado mi palabra y no la revoco.


El murmurador.

Se confesaba un hablador de haber murmurado en público de una persona respetable.

— Es necesario, le dijo el confesor, que en público también se desdiga V. de esa falsedad.

— Padre, replicó el penitente, el caso es, que como saben que miento tanto, no me creerán.

— Si eso es así, dijo el prudente confesor, puedo absolverle, porque tampoco habrán creído su murmuración.


La exageración cortada por mitad.

Acostumbraba exagerar de una manera tan estraordinaria un estudiante andaluz, que sus compañeros, viéndole espuesto á perder su reputación, convinieron con él en pisarle el pié cuando lo vieran dispuesto á disparatar.