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INTROITO

¡Personalidad extraña la de este Juez tan joven! En aleación curiosa su espiritu luce la frigida veta de los cálculos matemáticos y la mirífica y ardiente de la Poesía consoladora! Y estas aptitudes disímbolas en apariencia incrustadas como en un mosaico claro, en una recia voluntad pertinaz que ansia—aroma, camino o cauce—dejar como la llanta su releje, un rastro personal en esta vida.

Gusto de quienes tienen tales anhelos. La pertinacia es triunfo y el trabajo no defrauda; pequeña la roca, señala un lindero; murmurador el árbol, demarca un ejido. Bello el pensamiento que en combustión perpetua quema el terciopelo de la sombra: vasto como rodela ignea, o pequeña como lentejuela de oro; de ambos es idéntica la bondad, aun cuando difiera en trascendencia.

Toda voz tiene un eco, no percibido a veces por nuestros sentidos burdísimos; toda acción un resultado, toda labor una recompensa. ¡Aun cuando sólo sea suscitar una simpatía, despertar un asombro, vigorizar una endeblez!

¡I cómo no ha de ser loable que robándole horas al cansancio o a los placeres, un Juez que Heva en los labios el inmortal verso de Dario: “Juventud, divino tesoro”, pacientemente ensarte los rosarios policromos, multiformes; sonoros, fragantes, y lumínicos de palabras regionales!

Este nuevo libro de Pancho Santamaría es como un sartal de jades reverentemente puesto en los altares de la Patria.

Se oye cantar a un pájaro, pronunciando chalalá; parece que al hachazo suelta su hemorragia perfumada el árbol colorado o chacahuanté. En este vocabulario en el que vibra el alma tabasqueña y el alma nacional, las palabras huelen a saúco, brillan como luciérnagas,