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—Esa es harina de otro costal...—contestó la molinera, hurtando el cuerpo.—Antes de abrazarte, necesito oir tus explicaciones...

—Yo las daré por él y por mí,—dijo Doña Mercedes.Hace una hora que las estoy esperando! profirió el corregidor, tratando de erguirse.

—Pero no las daré—continuó la corregidora, mirando desdeñosamente á su marido—hasta que estos señores hayan descambiado vestimentas... y áun ontónces, se las daré tan sólo á quien merezca oirlas.

—Vamos... Vamos á descambiar...—dijole el murciano á D. Eugenio, alegrándose mucho de no haberlo asesinado, pero mirándolo todavia con un odio verdaderamente morisco. El traje de Vuestra Señoría me ahoga! ¡He sido muy desgraciado miéntras lo he tenido puesto!...

—¡Porque no lo entiendes!—respondióle el corregidor.—¡Yo estoy, en cambio, deseando ponérmelo, para ahorcarte á tí y á