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Veia claramente que el corregidor se asustó al principio, creyendo que el molinero le habia oido todo; pero que, persuadido ya de que no había oido nada (pues la calma y el disimulo del tio Lúcas hubieran engañado al más lince), empezaba á abandonarse á toda su iracundia y á concebir planes de venganza.

¡Vamos! ¡Bájate ya de ahí y ayúdame á limpiar á su señoría, que se ha puesto perdido de polvo!—exclamó entónces la molinera.

Y mientras el tio Lúcas bajaba, díjole ella al corregidor, dándole golpes con el delantal en la casaca y alguno que otro en las orejas: —El pobre no ha oido nada... Estaba dormido como un tronco...

Más que estas frases, la circunstancia de haber sido dichas en voz baja, afectando complicidad y secreto, produjo un efecto maravilloso: Picara! ¡Proterva!—balbuceó D. Eugenio de Zúñiga con la boca hecha agua, pero gruñendo todavía...