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| | miento de la grasa; vedla tal como su tontería, su egoismo y su cocina nos la presentan.»

Las «Demoiselles ou la Seine» y los «Casseurs de pierres» sirven para establecer un maravilloso paralelo: «Esas dos mujeres viven en el bienestar.. son verdaderas artistas. Pero el orgullo, el adulterio, el divorcio y el suicidio, reemplazando a los amores, revolotean a su derredor y las acompañan; ellas, leg llevan a su dominio; por esto es por lo que al fin, parecen horribles. Los «Casseurs de pierres», al contrario, gritan con sus andrajos venganza contra el arte y la sociedad; en el fondo son inofensivos y sus almas son sanas.» Y Proudhon examina así cada lienzo, explicándolos todos y dándoles un sentido político, religioso, o dé simple policía de costumbres.

Los 'derechos de un comentarista son amplios, lo sé, y le está permitido decir lo que siente 'a la vista de una obra de arte. Hasta hay observaciones recias y fuertes en lo que piensa Proudhon, puesto enfrente de los cuadros de Courbet. Sólo que continúa siendo filósofo y no quiere sentir como artista. Lo repito, sólo el asunto le ocupa, lo discute, lo acaricia, se extasía y se subleva. Absolutamente hablando no veo mal en ello; pero las admiraciones, los comentarios de Prou-