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dentera! Vuestras bromas lastiman; vuestras maneras ligeras tienen la gracia de las posturas de los dislocados; vuestros saltos peligrosos son grotescas volteretas en las que os exhibís lastimosamente. No veis que no estamos de humor de chanzas? Miraos, llorareis hasta vosotros mismos. ¿A qué esforzaros, a qué golpearos los costados para encontrar gracioso lo que es siniestro? No es así como se reía en otro tiempo, cuando todavía se podía reir. Hoy la alegría es un espasmo, el buen humor una locura que sacude. Nuestros reidores, los que tienen una reputación de buen humor, son gentes fúnebres que cogen en la mano cualquier hecho, cualquier hombre, y lo estrujan hasta que estalla, como niños traviesos que nunca juegan bien con sus juguetes hasta que los destrozan. Nuestras risas son las de las gentes que se aprietan los costados cuando ven que cae un transeunte y se rompe un miembro. Nos reimos de todo, cuando no hay el más 'leve motivo de risa.

De esta suerte somos un pueblo muy alegre; nos reimos de nuestros grandes hombres y de nuestros malvados, de Dios y del diablo, de los otros y de nosotros mismos. Hay en París todo un ejército que mantiene al público en perpetua hilaridad; la farsa consiste en ser estúpido alegremente, como otros son bes- 6.