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Regino se encogió de hombros y no insistió, pero quiso menos á Berta. Sofía estaba meciendo á José en los brazos... El niño tenía una madre, después de todo.

Durante las tardes de gran fiebre, era lúgubre la escena en el cuarto de Jacobo. Aquella pieza del piso bajo formaba el ángulo del ala izquierda y tomaba luz de dos ventanas, la una al Norte y la otra al Oeste.

De ordinario era alegre. El sol poniente encendía fuegos en sus cristales irisados, y el viento saludable entraba allí danzando, barriendo los papeles y los objetos sin consistencia y dejando olores de resina tomados al pasar á los pinos del bosque. Aquella habitación resonaba de ordinario, mañana y nochе, con las risas y las canciones de su habitante, que volaba durante el día.

Ahora, el habitante yacía sin conciencia en su cama, devastado por la fiebre, y en todo el día se oía nada más que murmullos en aquella alcoba trágica donde se andaba de puntillas.

A la derecha, en una butaca, Juan con la vista en su hijo; á la izquierda, la señora de Reteuil, repentinamente convertida en mujer seria, y también con la mirada fija en el niño.

Dos ó tres veces al día, aquellos fieles vigilantes oían voces ahogadas detrás de la puerta, que se abría para dar paso á la lamentable figura de la madre, que venía impulsada hacia el enfermo por el cariño, acaso, pero seguramente por el deber. Llegaba sostenida y casi llevada por la repulsiva criada de facciones duras y ojos aviesos; llegaba, espectral, desesperante, con los ojos anegados en una expresión de extravío, y Juan, al verla, se estremecía de terror y de cólera, pues le parecía que era la muerte la que entraba á quitarle su hijo.

Y aquella madre, en pie junto á la cama del niño,