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LA MUJER



pratensión no entra en mis cálculos. Si hay mujeres que pr dan perorar como un Cambetta, pensar como un Bergson o de- fender un pleito lumano en el pretorio como un Berryer, que lo hagan. Gloria será ésta de su sexo, y las ventajas de semejan- tes personalidades serán siempro provecho de la civilización.

Pero educar a la mujer para lo excepeional en lugar de edu-

carla para lo que según sn constitución en ella debe ser eter- no y fundamental, es desequilibrar sus resortes y quebrantar los fundamentos ex que se dimenta la soeiedad. La conflagración europea en la eual he vivido, me ha reve- do lo peligroso que es un feminismo exagerado. La mujer no ene ni debe tener el músculo que tiene el hombre. Cuando clla ale fuera de su órbita, se expone a la merma de sus encantos y al desprestigio de aquellos valores morales que por ser de orden exclusivamente espiritual, escapan al juicio de la ititud.

Si por un imperativo fatal de la tragedia, la mujer hizo ba- las, fundió cañones y el pan de sus hijos conquistólo sudando cual si ella fuera un agente consubstancial de la fuerza plutó- nica; si por fuerza de las circunstancias dejó su hogar y jun- to a las fábricas y a los campamentos, buscó reposo para sus miembros fatigados, ella que debía buscarlo junto a la cuna o en el silencio de sus alcobas, por razones de alta moral es ne- cesario convenir que tal estado de cosas en modo alguno labra o puede labrar el camino de su felicidad.

Si la mujer no llena el hogar, ¿quién lo llena? El día en que la mujer se emancipe de este deber, el egoísmo individual triun- fa ciertamente; pero la colectividad, la familia, el mundo todo, entra en la más honda de sus crisis.

El primer deber de un sano feminismo, no es otro que el de hacer saber a la mujer, que es mujer ante todo y que si las funciones de la inteligencia bajo todos sus aspectos pueden ser también de su resorte, esto lo es condicional y secundariamente.

El punto de apoyo de la mujer es la casa. Puede alejarse de ella para expandir el bien, solazar sus fuerzas y sembrar la virtud. Pero completado este ciclo, el nido que abandonó la reclama porque ella no es flor del aire, ni el corazón que la anima nave destinada a zozobras o naufragios.

Esto no significa en modo alguno cerrarle a la mujer los horizontes cada vez más amplios y luminosos de la civilizm- ción. Emaneipada de las tutelas injustas y tiránicas, ella tiene


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