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VIRGILIO.


XCVI.

A su voz cada jefe sus legiones
Ferradas, en batalla ordena: ceban
La rabia vomitando maldiciones;
¿Qué más? en astas que en el aire elevan,
De los dos degollados campeones
Los rostros clavan, y, á doquier los muevan,
¡Oh espectáculo! ¡oh bárbaro trofeo!
Síguelos de la plebe el clamoreo.

XCVII.

De sus muros, en tanto, á la siniestra
Los sufridos Troyanos aparecen;
Protegidos del rio, á mano diestra,
Sus anchas fosas á la par guarnecen.
¡Ah! de sus altas torres pasan muestra
Al campo, ¡y cuán de véras se entristecen
Viendo (ni cabe engaño) aquellos vultos
Horribles con la sangre y blanco á insultos!

XCVIII.

Alada en la ciudad la fama rueda,
Y á la madre de Euríalo al oido
Tristes cosas murmura. Ella se queda
Pálida, sin calor y sin sentido:
Va la aguja á los piés, se desenreda
Cayendo de las manos el tejido.
Mesando luégo la melena blanca
Altos gemidos de su pecho arranca;