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VIRGILIO.


CLXVIII.

Nada el mancebo, pues, con el escudo,
Nada ya con la armada diestra puede;
¡Tanto el asalto arrecia áspero y rudo!
Hace que en torno de sus sienes ruede
Ruido asordante, el incesante, agudo
Repiquete del yelmo: ábrese, y cede
La armadura de bronce á las pedradas;
Las rojas plumas vuelan arrancadas.

CLXIX.

Contra nube de dardos enemiga
¿Qué hará la copa de un broquel?
Circunda A Turno ya la multitud; le hostiga
Mnesteo con su lanza furibunda:
Mana el sudor copioso en su fatiga;
Raudal como de pez su cuerpo inunda:
Fáltale aire vital; convulso aliento
Al moribundo pecho da tormento.

CLXX.

¡Ved! con todas sus armas de repente,
Como último arranque de su brío,
Arrójase á las aguas. Blandamente
En su rojo regazo el sacro rio
Recíbele, y sumido en su corriente,
Sangre, polvo y sudor le lava pio,
Y devuélvele en ondas sosegadas
Hermoso de su gente á las miradas.