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VIRGILIO.
XCIII.

»Cual dragon que aterido, soterrado,
De venenosas hierbas se sustenta,
Mas de nuevo arreándose, en el prado
Sale á campar cuando el calor le alienta:
Voluble el lomo en roscas arrollado
Miles colores con la luz ostenta;
Al sol mirando, el cuello al aire libra,
Y la trisulca lengua hórrido vibra.

XCIV.

»Automedonte, que de Aquíles fuera
Auriga, ora escudero, y Perifante
Corpulento acomete, y la guerrera
Esciria juventud, y á un mismo instante
Llama arrojan que al aire va ligera:
Pirro, hacha en mano, abócase adelante,
Quiciales estremece, vigas raja,
Y las ferradas puertas desencaja.

XCV.

»Las trabes á su empuje crujen, ruedan;
Enorme boqueron dan los tablones,
Ni cosa abrigan que ocultarle puedan
Dentro los vastos atrios y salones:
De los antiguos soberanos quedan
Francas y descubiertas las mansiones,
Y afuera comparecen los soldados
Que las puertas guardaban atropados.