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Maquiavelo.

y sabian cuántas veces se habia servido de las llaves de la Iglesia para desligarse de las obligaciones más sagradas, y de los bienes eclesiásticos para enriquecer á sus sobrinos y á sus favoritas, aunque trataban con respeto la doctrina y el rito de la religion establecida y se llamaban católicos, habian dejado de ser papistas. Las armas espirituales, que llevaban el terror á los palacios y á los campos de los más poderosos principes de Europa, no excitaban sino la indiferencia en la proximidad del Vaticano. Alejandro III, cuando mandó á Enrique II someterse à la disciplina delante del sepulcro de un súbdito rebelde se hallaba en el destierro; que, temerosos los romanos de que el Papa no alimentase proyectos contrarios á sus libertades, lo habian expulsado de Roma, y negádose á volver á recibirlo en ella á pesar de sus reiteradas y solemnes promesas de consagrarse en lo porvenir sólo al ejercicio de sus funciones espirituales.

En todo lo demas de Europa, una clase privilegiada, numerosa y fuerte sojuzgaba al pueblo y parecia desafiar á los gobiernos; pero en las partes más florecientes de Italia se hallaba la nobleza feudal relativamente reducida à la impotencia. En algunos parajes, los nobles buscaban proteccion à la sombra de poderosas repúblicas, contra las cuales no se hallaban en el caso de luchar, y de esta suerte, iban poco á poco mezclándose y confundiéndose con la clase media. Su influencia era grande en otras comarcas; pero diferente de la que ejercian en un reino transalpino, donde sólo brillaban como ciudadanos eminentes, no como principes, y en vez de fortificar sus castillos en lo más enriscado de los montes, hermoseaban sus palacios en las plazas. El estado social de las provincias napolitanas y de los