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Petrarca.

sería necesario que tuviéramos mucho en cuenta las circunstancias atenuantes de tiempo y lugar para que pronunciásemos juicio un tanto favorable sobre ellas. Necesario es considerarlas como plantas exóticas trasladadas á tierra extraña y cultivadas en malas condiciones, y sería por demas absurdo exigirles la savia fuerte y sana que anima las plantas indígenas, y que tendrian ciertamente en su clima propio. Petrarca imitó de una manera imperfecta el estilo de los autores latinos, y, en compensacion, no añadió á la lengua de los antiguos las bellezas y encantos de la poesía moderna: el ingenio y la tersura que admiramos en sus poemas italianos, al propio tiempo que los criticamos, faltan casi por completo en los primeros, y sólo á grandes distancias arrojan su luz sobre las tinieblas de A frica: las Eglogas tienen más animacion; pero sólo por cortesía se les puede dar el nombre de poemas, y nada hay en ellas de comun con cuanto ha escrito en su lengua materna sino es el eterno juego de palabras sobre Laura y Dafne: ninguna de estas obras, en fin, hubiera sido parte á colocarlo en el mismo rango que á Vida y á Buchanan. Sin embargo, cuando se le compara con los que le han precedido, cuando se tiene en memoria que iba delante de todos, á manera de explorador, y que en sus aventureras investigaciones fué el primero en percibir y en proponerse la resurreccion de la elegancia y de la pureza del lenguaje que hablaba el mundo antiguo, sentimos impulsos de colocarlo aún más alto que aquellos hombres que jamás lo hubieran excedido si no lo hubieran imitado.

Petrarca quiso reproducir la elocuencia filosófica de Ciceron del propio modo que la majestad poética de Virgilio. Su ensayo sobre la buena y la mala for-