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Milton.

canciones, á las cuales, lo confieso sin rebozo, aunque tema ofender vuestra modestia, no hallo nada que pueda ser comparado en nuestra lengua.» La crítica era justa, porque sólo cuando Milton rompe las trabas del diálogo y se siente libre del trabajo de combinar dos maneras de estilo incompatibles, y se abandona sin reserva á sus trasportes poéticos, es cuando se hace superior á sí mismo; sólo entónces, como el genio que nos pinta despojándose de la forma terrestre y de las vestiduras de duelo de Thirsis, avanza con hermosura y libertad celestiales, y parece decir con éxtasis: «Ahora cumplo la mision que me fué dada y puedo lanzarmo al espacio y recorrer la tierra.» Porque entonces le vemos deslizarse sobre la superficie de nuestro planeta, remontar su vuelo hasta las nubes, bañarse en el rocio celestial del arco íris, y respirar los embalsamados perfumes del nardo y de la acacia que las dulces alas de los céfiros envian en fragantes ondas por las sendas de cèdros del jardin de las Hespérides.

Bien quisiéramos hacer algunas observaciones sobre varios de los pequeños poemas de Milton, y áun con más gusto emprenderiamos el exámen del Paraíso reconquistado, admirable composicion, de la cual no se habla casi nunca sino para ofrecerla como ejemplo de la ciega predileccion paternal que tienen los hombros de letras por los hijos de su inteligencia. Diremos de paso, sin embargo, que, aun admitiendo sin dificultad que Milton estaba en error cuando preferia ese poema, á pesar de su belleza, al Paraíso perdido, la superioridad de éste sobre aquél no se halla más demostrada todavía que la de aquél sobre todos los poemas que han parecido despues. Los límites que nos hemos trazado son tan estre-

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