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APENDICE

El Wekufù es para el araucano un ser espíritual, pero que suele tomar cuerpo y habita en ciertos animales y objetos insignificantes, como astillas, pajitas etc., y mediante ellos ejerce sus efectos funestos.

Las machis combaten con sus ridículos procedimientos á este ser. Con el fin de alejarle de sus casas, guardan los indígenas encima de las aberturas de éstas, cierta yerba muy olorosa, el kelleñl·awen·, cuya fragancia le produce al Wekufù según ellos, la sensación de la más repugnante hediondez, lo cual es muy bien pensado y aplicable también á lo moral, pues para el demonio todo lo bueno, toda nobleza de sentimiento es repugnante.

En cierta ocasión que señalábamos á un indígena viejo una bellísima loica, que se había posado cerca del camino donde estábamos conversando, le dió fastidio el lindo pajarito y dijo volviéndose hacia él: Wedá kurəf Wekufù (mal espíritu Huecufù). En realidad la loica con el encendido lacre de su pecho tiene para los indígenas relaciones epeciales con el demonio. Pero el animal más temido como poseido por el Wekufù ó que está bajo su influjo es la muy bonita é inocente lagartija cuyo arnés escamoso luce los mas lindos colores de verde azulejo.

En Wapi hay un camino, llamado Ləpemwekúfùwe (lugar donde se ha quemado al demonio). Este nombre le ha quedado, porque con ocasión de la enfermedad de un cacique juntaron las machis un gran número de lagartijas y las quemaron allí, creyendo ó fingiendo haber quemado al Wekufù, autor de la enfermedad de dicho cacique.

De estas y otras observaciones se deduce que los mapuches no dan culto al Wekufù, á no ser que algunas veces lo hagan por temor, para que no les cause daños.

También impugnamos la opinión de aquellos escritores que niegan que el Wekufù sea idéntico con el demonio. Así como los

    con la cual dió comienzo á una solemne borrachera: „...solo gobernará el padre Dios, gobernará el Huecufú, los dueños de la tierra; no está abandonada, en toda la tierra está el padre Dios y asimismo el Huecufú.“

    Mas este dicho lo hizo el cacique en un arranque de insolencia que produjo en él la naturaleza de la fiesta y la sonriente esperanza de hacer una enorme ganancia con la venta del licor diábolico. No quiso adorar, sino blasfemar, como diciendo á sus amigos y mocetones: Tomad, emborrachaos, y no hagáis caso ni de Dios ni del diablo. Por tanto su dicho no altera nuestras ideas expuestas.