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Domingo F. Sarmiento

DOMINGO F. BARMIENTO espada para esperar, un desenlace feliz... ¡Cuál fué mi chasco!......

No era federal, ni ¿cómo había de serlo? ¡Qué! ¡es necesario ser tan ignorante como un caudillo de campaña para conocer la forma de gobierno que más conviene á la República? ¿Cuánta menos instrucción tiene un hombre, tanta más capacidad es la suya para juzgar de las arduas cuestiones de la alta política? ¿Pensadores como López, como Ibarra, como Facundo eran los que, con sus estudios históricos, sociales, geográficos, filosóficos, legales, iban á resolver el problema de la conveniente organización de un Estado? ¡Eh!... Dejemos esas torpezas á don Juan Manuel Rosas, que sabe que, clavando á los hombres un trapo colorado en el pecho, las cuestiones están resueltas! Dejemos á un lado las palabras vanas con que con tanta impudencia se han burlado de los incautos. ¡Facundo dió contra el gobierno que lo había mandado á Tucumán, por la misma razón que dió contra Aldao que lo mandó á La Rioja! Se sentía fuerte y con voluntad de obrar; impulsábalo á ello un instinto ciego, indefinido, y obedecía á él; era el comandante de campaña, el gaucho malo, enemigo de la justicia civil, del orden civil, del hombre decente; del sabio, del frac, de la ciudad», en una palabra. La destrucción de todo esto le estaba encomendada de lo Alto, y no podía abandonar su misión.

Por este tiempo una singular cuestión vino á complicar los negocios. En Buenos Aires, puerto de mar, residencia de diez y seis mil extranjeros, el gobierno propuso conceder á estos extranjeros, la libertad de cultos; y la parte más ilustrada del clero sostuvo y sancionó la ley; los conventos fueron secularizados y rentados los sacerdotes. En Buenos Aires este asunto no metió bulla, porque eran puntos estos en que las opiniones estaban de acuerdo, las necsidades eran patentes. La cuestión de libertad de cultos es en América una cuestión de política y de economía.

Quien dice libertad de culto, dice inmigración europea y población. Tan no causó impresión en Buenos Aires, que Rosas no ha atrevido á tocar nada de lo acordado entonces; y es preciso que sea un absurdo inconcebible aquello que Rosas no intente.

En las provincias, empero, esta fué una cuestión de religión, de salvación y condenación eterna. ¡Imaginaos cómo la recibiría Córdoba. En Córdoba se levantó una in-