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Domingo F. Sarmiento

pobre, diablo pulpero... qué quiere V. S.... me arruina..pero el dinero, está pronto... ¡vamos... no hay que enfadarse! Facundo suleta la risa, lo levanta, lo tranquiliza, y le entrega su contribución, tomando sólo doscientos pesos prestados, que le devuelve religiosamente más tarde. Dos años después un mendigo paralítico le gritaba en Buenos Aires: — Adiós, mi general, soy el andaluz de Tucumán; estoy paralítico.

Facundo le dió seis onzas.

Estos rasgos prueban la teoría que el drama moderno ha explotado con tanto brillo; á saber, que aun en los ca—acteres históricos más negros, hay siempre una chispa de virtud que alumbra por momentos y se oculta. Por otra parte, ¿por qué no ha de hacer el bien el que no tiene freno que contenga sus pasiones? Esta es una prerrogativa del despotismo, como cualquiera otra.

DOMINGO F. SARMIENTO Pero volvamos á tomar el hilo de los acontecimientos públicos. Después de inaugurado el terror en Mendoza de un modo tan solemne, Facundo se retira al Retamo, adonde los Aldaos llevan la contribución de cien mil pesos que han arrancado á los unitarios aterrados. Aili está la mesa de juego que acompaña siempre á Quiroga, allí acuden los aficionados del partido. allí, en fin, es el trasnochar á la claridad opaca de las antorchas. En medio de tantos horrores y de tantos desastres, el oro circulaba allí á torrentes, y Facundo ganaba al fin de quince días los cien mil pesos de la contribución, los muchos miles que guardan sus amigos federales, y cuanto puede apostarse á una carta.

La guerra, empero, pide erogaciones, y vuelven á trasquilar las ovejas ya trasquiladas. Esta historia de las jugarretas famosas del Retamo, en que hubo noche que ciento treinta mil pesos estaban sobre la carpeta, es la historia de toda la vida de Quiroga. «Mucho se juega, general le decía un vecino en su última expedición á Tucumán.

¡Eh, esto es una miseria! ¡En Mendoza y San Juan podía uno divertirse! ¡Allá si que corría dinero! ¡Al fraile le gané una noche cincuenta mil pesos; al clérigo Lima otra, veinticinco mil; pero esto!... estas son pij...!» Un año se pasa en estos aprestos de guerra, y al fin en 1830 sale un nuevo y formidable ejército para Córdoba, compuesto de las divisiones reclutadas de La Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis. El general Paz, deseoso de