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Domingo F. Sarmiento

entre la espesura de su barba negra alcanza á discernirse en las facciones la complacencia y el contento. Pero necesita interrogarlas una á una, conocer sus familias, la casa donde viven; mil pormenores que parecen entretenerlo y agradarle, y que ocupan una hora de tiempo, mantienen la expectación y la esperanza; al fin les dice con la mayor bondad: "No oyen ustedes esas descargas?» DOMINGO F. SARMIENTO ¡Ya no hay tiempo! ¡los han fusilado! Un grito de horror sale de entre aquel coro de ángeles, que se escapa como una bandada de palomas perseguidas por el halcón.

¡Los habían fusilado en efecto! ¡Pero cómo! Treinta y tres oficiales de coronel abajo, formados en la plaza, desnudos enteramente, reciben parados la descarga mortal. Dos hermanos, hijos de una distinguida familia de Buenos Aires, se abrazan para morir, y el cadáver del uno resguarda de las balas al otro. «Yo estoy libre, grita; me he salvado por la ley». ¡Pobre iluso! ¡cuánto hubiera dado por la vida.

¡Al confesarse había sacado una sortija de la boca, donde, para que no se la quitaran, la había escondido, encargando al sacerdote devolverla á su linda prometida, que al recibirla dió en cambio la razón, que no ha recobrado hasta hoy la pobre loca!

Los soldados de caballería enlazan cada uno su cadáver y lo llevan arrastrando al cementerio, si bien algunos pedazos de cráneo, un brazo y otros miembros quedan en la plaza de Tucumán y sirven de pasto á los perros. ¡Ah!

¡cuántas glorias arrastradas así por el lodo! ¡Don Juan Manuel Rosas hacía matar del mismo modo y casi al mismo tiempo en San Nicolás de los Arroyos veinte y ocho oficiales, fuera de ciento y más que habían perecido obs¡Chacabuco, Maipú, Junín, Ayacucho, Ituzaingó! ¿por qué han sido tus laureles una maldición para todos los que los llevaron?

curamente.

Si al horror de estas escenas puede añadirse algo, es la suerte que cupo al respetable coronel Arraya, padre de ocho hijos: prisionero, con tres lanzadas en la espalda, se le hizo entrar en Tucumán á pie, desnudo, desangrándose y cargado con ocho fusiles. Extenuado de fatiga, fué preciso concederle una cama en una casa particular. A la hora de la ejecución en la plaza algunos tiradores penetran hasta su habitación, y en la cama lo traspasaban á balazos,