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Facundo

durante cuatro meses, perdía un tiempo precioso en comunicarse con Montevideo y revelar sus planes.

Al fin sucedió lo que debía suceder: la conspiración fué descubierta, y Maza murió llevándose consigo el secreto de la complicidad de la mayor parte de los jefes, que continúan hoy al servicio de Rosas. Más tarde, no obstante este contraste, estalló la sublevación en masa de la campaña, encabezada por el coronel Crámer, Castelli y centenares de hacendados pacíficos. Pero aun esta revolución tuvo mal éxito, y setecientos gauchos pasaron por la angustia de abandonar su pampa y su parejero y embarcarse para ir á continuar en otra parte la guerra. Todos estos inmensos elementos estaban en poder de los unitarios, pero sus preocupaciones no les dejan aprovecharlos; pedían, ante todo, que aquellas fuerzas nuevas, actuales, se subordinasen á nombres antiguos y pasados.

No concebían la revolución sino bajo las irdenes de Soler, Alvear, Lavalle, ú otro de reputación, de gloria clásica, y mientras tanto sucedía en Buenos Aires lo que en Francia había sucedido en 1830, á saber, que todos los generales querían la revolución, pero les faltaba corazón y entrañas; estaban gastados, como esos centenares de generales franceses que en los días de Julio cosecharon los resultados del valor del pueblo á quien no quisieron prestar su espada para triunfar. Faltáronnos los jóvenes de la Escuela Politécnica para que encabezasen á una ciudad que sólo pedía una voz de mando para salir á la calle y desbaratar la Mazorca y desalojar al canibal. La Mazorca, malogradas estas tentativas, se encargó de la fácil tarea de inundar las calles de sangre y de helar el ánimo de los que sobrevivían, á fuerza de crímenes.

El gobierno francés, al fin, mandó á M. Mackau á terminar á «todo trance» el bloqueo, y con los conocimientos de M. Mackau sobre las cuestiones americanas, se firmó un tratado que dejaba á merced de Rosas el jército de Lavalle, que llegaba en aquel momento mismo á las goteras de Buenos Aires, y malograba para la Francia las simpatías profundas de los argentinos para ella, y la de los franceses por los argentinos; porque la fraternidad galoargentina estaba cimentada en una afección profunda de pueblo á pueblo, y en tal comunidad de intereses é ideas, que aun hoy, después de los desbarros de la política francesa, no ha podido en tres años despegar de las mu-