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Domingo F. Sarmiento

toda la República, ha despoblado la campaña y la ciudad para engrosar sus sicarios, y al fin de diez años de triunfo su posición precaria es la misma. Si sus ejércitos no toman á Montevideo, sucumbe; si la toman, quédale el general Paz con ejércitos, quédale el Paraguay virgen, quédale el Imperio del Brasil, quédanle Chile y Bolivia que han de estallar al fin, quédale la Europa que lo ha de enfrenar quédanle, por último, diez años de guerra, de despoblación y pobreza para la República, ó sucumbir; no hay remedio.

Triunfará? Pero sus adictos habrán perecido, y otra población y otros hombres reemplazarán el vacío que ellos dejen. Volverán los emigrados á cosechar los frutos de su triunfo.

¿Ha encadenado la prensa, y puesto una mordaza al pensamiento, para que no discuta los intereses de la patria, para que no se ilustre é instruya, para que no revele los crímenes horrendos que ha cometido, y que nadie quiere creer á fuerz de ser espantosos. é inaudito ¡Insensato! ¿Qué es lo que has hecho? Los gritos que quieres ahogar cortando la garganta, para que por la herida se escape la voz y no llegue á los labios, resuenan hoy por toda la redondez de la tierra. Las prensas de Europa y América te llaman á porfía el execrable Nerón, el tirano brutal. Todos tus crímenes han sido contados, tus víctimas hallan partidarios y simpatías por todas partes, y gritos vengadores llegan hasta vuestros ofídos. Toda la prensa europea discute hoy los intereses argentinos como si fueran los suyos propios, y el nombre argentino anda, en tu deshonra, en boca de todos los pueblos civilizados.

La discusión de la prensa está hoy en todas partes, y para oponer la verdad á tu infame «Gacetan, están cien diarios que desde París y Londres, desde el Brasil y Chile, desde Montevideo y Bolivia, te combaten y publican tus maldades. Has logrado la fama á que aspirabas, sin duda; pero en la miseria del destierro, en la obscuridad de la vida privada, no cambiarían tus proscriptos una sola hora de sus ocios por las que te da tu celebridad espantosa; por las punzadas que de todas partes recibes; por los reproches que te haces & ti mismo, de aber hecho tanto mal inútilmente! El «americano», el enemigo de los europeos, condenado á gritar en francés, en inglés y en castellano: «!Mueran los extranjeros! ¡Mueran los unitarios! ¡He! eres tú, miserable, el que te sientes morir, y maldices en los idiomas