una mujer sensible! Y muchas reinas tuvieron entonces la revelación de la tragedia. Recordad la madre de Enrique IV que, tan buena como débil, sufrió, icon el peso de la responsabilidad y los cuidados por la educación de su hijo, torturas sin cuento. Pocas tuvieron la clarividencia y la energía de Doña Blanca de Castilla; pocas tam- bién tuvieron hijos tan nobles como Luis IX. Más de una reina hubo de sentir el terrible dolor de declarar una guerra o de hacer ejecutar algu- na sentencia, cumpliendo así el duro deber de su cargo.
El número de mujeres que destacaron como soberanas durante la Edad Media no es reduci- do. Las hubo buenas y malas — pienso en Eleo- nora de Poitou —, como en todo tiempo. No siempre estuvieron de acuerdo con la política de los reyes, como con ocasión de las grandes luchas religiosas, aunque casi nunca, desde luego, com- batieron directamente las medidas de sus mari- dos. Pero cuando vemos, por ejemplo, la actitud en la Curia romana de Constanza de Aragón, después de muerto su esposo Pedro el Grande; y cómo ella, la hija de Manfredo, permanece en la Curia por ser Clarisa, tenemos la sospecha de que en vida de su esposo no estaría conforme con la conquista de Sicilia, llevada a cabo contra la voluntad de la Iglesia. La participación en la po- lítica de las mujeres que no pertenecían a las
— 161 — di
