Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/30

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El caso pareció excesivo, incluso a los endu- recidos cortesanos, y la libertina fué ahogada por un esclavo. Ante semejantes acontecimientos no peca de injusto Séneca al llamar impudens animal a las mujeres de su tiempo.

Cierto que no todas lo fueron. ¿Cómo hubiera podido, si no, inspirar la mujer romana una de las poesías eróticas más brillantes de la literatura mundial? La cultura refinada de la época alcanzó también a las mujeres. El círculo de sus intere- ses se amplía. Les dedican libros; ellas mismas escriben y riman, y sus juicios sobre el mayor o menor valor de un poema son decisivos. La vir- tud, con otras cualidades fundamentales, no había llegado a desaparecer en la corrupción del mundo romano. Sabemos de mujeres que prodigaron cuí- dados enternecedores a sus maridos enfermos y poco simpáticos; otras, perecieron con sus esposos, como aquella Arria, que pronunció las conmove- doras frases: Peete, non dolet (Peto, no duele); otras guardan con el sacrificio su inocencia o mueren consagradas a sus hijos, como la joven Cornelia, que en el momento de expirar exhorta a su esposo, Paulo, a la educación de sus hijos: «Tú tendrás ahora que ocupar mi puesto junto a ellos. Al besarlos, dales cada mañana un beso más: el beso de su madre. Si te entristeces por mí, no dejes que los pequeños vean tus lágrimas. Cuando por la noche, fatigado, con duelo me

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