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MUJERES DE AMÉRICA

Y las señoras se internaron en la choza del pescador.

El pescador se fué para explorar los alrededores y no quiso aceptar de doña Rosa unas monedas que le ofreció.

—Soy buen patriota, señora, y esto para mí no es un trabajo, es un deber.

—Pero expone usted también lu vida por en<ubridor.

—¡Bah!

La choza quedó cerrada, y los tres prisioneros, á obscuras en medio de la noche y andando á tientas para no tropezar y por no atreverse á encender luz, subieron la escalera del segundo piso. Pero á la mitad de la escalera á Clara se le cayó el pañuelo de mano que tenía una rica inicial bordada.

—¡Ay, mi pañuelo!

—Yo lo buscaré, —dijo Enrique. Y retrocedió el militar para buscarlo. No debía dejarse allí, porque si les buscaban los bolivianos, el pañuelo podría darles una pista segura.

De pronto, cuando las señoras llegaban al piso segundo y el teniente don Enrique Pérez se agachaba buscando el pañuelo á tientas por el suelo en el primer piso, se oyeron voces de hombres.

Y los tres se quedaron inmóviles.

—Los bolivianos...

El teniente Pérez miró por la rendija de una