la hasta el tejado. En esto una teja del borde se rompió, y Rosa por poco cae al precipicio. Es de advertir que la caída desde aquella altura les habría de acarrear seguramente la muerte. Y una muerte trágica, horrible.
—Morir destrozada...
Retrocedieron sobre las tejas con horror.
En esto el sargento y los soldados trataban de echar abajo la puerta de la choza.
A un golpe violento de herramienta crugió el cerco y la hoja después quedó arrancada de raíz.
Entraron los bolivianos como una jauría.
—¿Si no estarán?
—¿No han de estar? Hemos registrado ya todos los contornos... Huir por mar hubiera sido, más que temeridad, torpeza, y es gente lo suficiente lista para no ir á buscar una muerte segura.
Encendieron yesca y vieron un farol arrinconado en el suelo; en seguida, un soldado, halló el pañuelo en el suelo, junto á la puerta de entrada. Se lo entregó al sargento y este prorrumpió en una exclamación de alegría.
—¡Un pañuelo de señora, bordado, perfumado,: están aquí!
Era el pañuelo de Clara, que Enrique, apremiado por las circunstancias y no hallándolo de momento, desistió de buscar.
