eleva un poco; sus cabellos negros y lacios, su tinte cobrizo y algunas veces amarillento.
El traje que usa es invariable.
Se reduce á una pieza de bayetón grueso hilado y tejido por sus manos, de color negro, que ciñe á la cintura; un camisolín bordado cue ajusta al cuello; un rebozo de tela gruesa cubre sus hombros, abrochándolo sobre el pecho con una aguja grande de oro ó cobre.
Trenza sus cabellos, que lleva arrollados y prendidos con ciertos adornos de metal comparables con los que usaban las romanas.
Casi siempre va descalza y se dedica á los trabajos más penosos.
Suele llevar á sus hijos en la espalda sujetos por una manta al cuerpo, con cuya carga preciosa camina á pie muchas leguas.
Vive á orillas de los lagos, en las escarpadas montañas y en las regiones sumamente frías.
Su reducida morada está construída tan sencillamente, que no se concibe cómo puede contener á una numerosa familia con el menaje indispensable, y que su débil fábrica resista las furibundas tormentas que suelen estallar en los lugares que habita.
Está dominada por la despótica voluntad de su marido, á quien obedece sin réplica y temblando.
Sus deberes multiplicados, las fatigas que pesan sobre esa infeliz criatura, hacen recordar