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MUJERES DE AMÉRICA

deado de los principales magnates de su corte.

Acercóse Pizarro con ánimo de estrecharle la mano, pero el Inca saltó ligeramente al suelo é indicó por señas que no permitiría jamás un acto tan familiar.

Por conducto de un intérprete, Pizarro le hizo saber que su Rey, el más poderoso de la tierra, le enviaba para intimarle que se sometiese á sus mandatos y que, apartándose para siempre de su falsa religión, reconociese la fe cristiana.

Atónito quedó Huascar-Inca después de haber escuchado tan atrevido lenguaje.

Contestó que no reconocía otra majestad superior á la suya, no permitiéndole su dignidad continuar atendiendo tales desvaríos; que en punto á religión, viviría siempre cultivando la que profesaba su pueblo, sin variar ni admitir otra alguna.

Un fraile llamado Valverde, del séquito de Pizarro, terció en el debate, gesticulando y diciendo con descompasados gritos, que los Santos Evangelios prevenían la obligación inexcusable de adorar al Dios único y verdadero que vino encarnado al mundo para redimir las culpas de los hombres.

Dicho esto, sacó un libro impreso en latín, que comenzó á leer, con entonación enfática.

Cuando concluyó de recitar algunos párratos, exigió al Monarca que se convirtiese en