Eran tan vehementes los indicios de culpabilidad de los infelices amigos, que los jueces, influidos por el rumor público, decidieron la detención y encarcelamiento de Laya y Quiapu.
¿A qué relatar las vicisitudes de los desdichados presos, sus congojas, desesperaciones y terror ante el horrible presente y no menos espantable porvenir?
Duró el proceso largo tiempo y, por tanto, el cautiverio de los reos y á pesar de que éstos probaron que en el momento del crimen se hallaban fuera del lugar donde se cometió, fueron al fin condenados á pena de muerte en garrote vil.
Durante la prisión, nadie fué á ella á consolar á los tristes acusados. La conciencia pública, teníalos por execrables asesinos y ladrones, no faltando quien creyere firmemente que los compadres, además de bandidos consumados, tenían pacto con brujas y hechiceros, de cuyo trato se originaba la fabulosa riqueza acumulada. Así, que, hasta los mismos alcaide y carceleros teníanles malos tratos y considerábanlos indignos entre los más abominables criminales que yacían bajo su férula.
Sólo una niña de diez á doce años, gentil como una palmera, candorosa y humilde, llegábase cada día á visitar á Laya y Quiapu, permaneciendo largas horas en su compañía, con