que no tengo á nadie de familia, conduciré, la primera, delante, al príncipe Valcanota, llevándole sobre los hombros.
Todas lloraban de emoción, de alegría, y miraban á la intrépida Yucaba con asombro. Yucaba era una joven india, que ya con antelación se había distinguido varias veces, entre los vecinos de su aldea, por su intrepidez y por su ingenio.
—No tengáis miedo, amigas mías,—les añadió:—no pasará nada; la palabra del inca es siempre firme, y nunca debe volverse atrás.
Los hombres, agradecidos y emocionados, no tuvieron más remedio que acatar la grande y hermosa idea de Yucaba y consintieron en salir, conducidos en hombros por las mujeres.
Y llegó la hora de la rendición.
Lo que menos podía imaginar el enemigo victorioso era aquel rasgo de las hembras.
Se abrió la puerta de la muralla y empezó el desfile: primero Yucaba, conduciendo en hombros al príncipe Vilcanota; después, las demás, todas, andando trabajosamente con sus amadas cargas, y no dejando un solo hombre atrás.
El inca y sus tropas, emocionados, les recibieron con aclamaciones y véase por donde, la mujer india peruana, en un capítulo sanguinario de guerra, ha escrito con su alma inmensa la más hermosa página de amor que