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con maña hacérselo entregar por el mismo rey. Los conjurados elijieron la ciudad de Avila para concentrarse y coronarlo, mientras don Enrique huia desatentado á Salamanca con la reyna y la infanta Isabel.

Felizmente para el rey, el duque de Alba, que respetaba con veneracion el dogma de la lejitimidad, voló á su socorro con sus criados y quinientos jinetes. Puede decirse que en estas circunstancias salvó esta poderosa casa el principio de la monarquía hereditaria; pues entusiasmados con su ejemplo otros grandes, reunieron en torno del soberano un ejército de veintiocho mil hombres. Pero el débil Enrique no supo sacar provecho de ellos, esponiéndose á nuevos peligros con un armisticio.

El gran maestre de Calatrava, don Pedro Giron, aprovechando con destreza estos disturbios, se atrevió á pedir al rey la mano de Isabel, en cambio de sesenta mil piezas de oro y tres mil caballos pagados de su peculio. Tan vacilante se sentía en su trono el soberano, que por mas que parezca increible, aceptó esta ofensiva proposicion, mientras la infanta indignada rogaba al señor, y á su instancia venerables sacerdotes, la quitase la vida, mejor que permitir esta deshonra. La muerte repentina del gran maestre, puso término á su inquietud. Segovia habia abierto las puertas al pretendiente, y su hermana fué á su encuentro con intencion de quedar á su lado. Valladolid siguió el ejemplo de Segovia, y la causa de don Alfonso iba ganando cada vez mas terreno, cuando una mañana se le encontró cadáver en su cama.

Isabel se retiró en seguida al convento de Avila, y en él la fué ofrecida la corona por una diputacion de la nobleza, á cuyo frente iba el arzobispo de Toledo; pero la respondió que el amor que profesaba á su hermano, y el respeto que le debia, se oponian á que los escuchara, aconteciendo lo propio á otra importante