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plan fijo sobre la campaña; á pesar de que decia con reserva que, grano á grano habia de comerse la granada.


VI.


Al oir la relacion de tantas y tan grandes cosas, llevadas á feliz término por la mano de una reyna, el pensamiento procura tener una idea de la persona que las hizo. Felizmente abundan datos exactos sobre ella, que nos han legado los escritores de su tiempo, y que harán mas fácil nuestra tarea.

Era Isabel de mediana estatura; pero proporcionada de un modo tan admirable, que la elegancia y suavidad de sus formas la ponia al nivel de lo mas perfecto, que pueda imajinarse. Lo dulce y lo sereno de su mirar,[1] la blancura sonrosada de su tez; á pesar de sus trabajos de reyna, y de sus fatigas de madre, su casta boca, sus rubias trenzas, formando como un marco bruñido al óvalo perfecto de su cara, su actitud llena de dignidad y de nobleza, el metal de su voz, claro y firme como su carácter, sus movimientos, su recato, su honestidad en el vestir, todo estaba en armonía en aquella mujer sublime, todo respiraba en su ser la paz, el reposo, la tranquilidad de su alma pura. Por eso tenia poco que temer del estrago de los años, este bello conjunto; y así al despojarse de la lozania y la frescura que constituyen los encantos y los misterios de otras hermosas, aumentó su majestad. Isabel, á la que con tanta razon llama Montalembert "la criatura mas noble que haya reinado jamas sobre los hombres," fué un todo maravilloso, que se reprodujo repartido entre sus cuatro hijas como una herencia.

  1. "Muy blanca y rubia, los ojos entre verdes y azules." Hernando del Pulgar. Chronica de los reyes católicos, cap. XXIII. fól. 18.