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hacia mucho que estaba en desgracia con don Fernando,*[1] y como es natural, con los cortesanos tambien, no obteniendo por ese motivo el que legó á Castilla la mitad del globo, ni honras fúnebres, ni monumento, ni epitáfio.

Tal era la indiferencia por él, que un literato lombardo, entónces muy en boga, llamado Pedro Mártir de Angleria, que se preciaba en otra época de su amistad, y que vivia en España con la esperanza (son sus palabras) de inmortalizarse, si escribia la historia de los primeros sucesos del descubrimiento, ni siquiera se dignó mencionar esta pérdida, aconteciendo lo propio con el Cronicon de Valladolid, que desde el año de 1333 al de 1539 tuvo cuidado de consignar hasta las mas triviales noticias de interes local. Era visto que para Colon el silencio del desamparo precedia al del sepulcro. Sus restos gloriosos y desatendidos fueron depositados piadosamente en el convento de San Francisco, por los únicos amigos que le quedaron siempre fieles, los relijiosos de la Orden Seráfica.

No obstante; al cabo de siete años volvió en sí de su falta don Fernando, y queriendo dejar en sus anales un ejemplo de su real gratitud, pensó en el hombre que acrecentara el esplendor de España de un modo tan portentoso, y al que en recompensa habia asesinado con su mala fé, su política ruin, y sus calculadas demoras. Ordenó pues, que se hiciesen al finado funerales, conformes á su rango de grande almirante, y en su consecuencia trasladaron su ataud á la catedral de Sevilla, donde aquellos tuvieron lugar á espensas del soberano.

  1. * Fué achaque de este receloso monarca el pagar en moneda falsa á sus mas leales servidores.
    N. del T.