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de las Indias.

CAPÍTULO XVII.[1]


Y porque muchas veces arriba, y más en este capítulo pasado, hemos tocado del promontorio Hesperionceras ó de Buena Esperanza y de las islas de Canaria y Cabo Verde y de los Azores, y dellas muchas veces hemos de tocar en la historia siguiente, con el ayuda de Dios, y muchos y aún quizá todos lo que hoy son, y ménos los que vinieren, no saben ni por ventura podrán saber cuando ni cómo ni por quién fué celebrado su descubrimiento, parecióme que sería mucho agradable referir aquí algo dello, ántes que tratemos del de nuestras océanas Indias; porque se vea cuán moderno el cognoscimiento, que de los secretos que en el mar Océano habia, tenemos, y cuantos siglos y diuturnidad de tiempos la divina Providencia tuvo por bien de los tener encubiertos. Por demas trabajan y son solícitos los hombres, de querer ó desear ver ó descubrir cosas ocultas, ó hacer otra, por chica aunque buena que sea, si la voluntad de Dios cumplida no fuere; la cual tiene sus puntos y horas puestas en todas las cosas, y ni un momento de tiempo ántes ni despues de lo que tiene ordenado, como al principio de este libro se dijo, han de sortir ó haber sus efectos. Y por ende grande acertar en los hombres sería, si en el juicio humano muy de véras cayése ninguna cosa querer, ni desear, ni pensar poner por obra, sin que primero, con sincero y simple corazon é importuna suplicacion, consultasen su divina y rectísima voluntad, remitiéndoselo todo á su final é inflexible determinacion y juicio justisimo. Cuánta diligencia y solicitud se puso por los antiguos por la ansía y codicia que tuvieron de saber lo que en este Océano y


  1. Á este y á los siguientes capítulos, hasta el 27, les falta el Sumario.