CAPÍTULO LVII.
En amaneciendo, sábado, 22 de Diciembre, hizo dar las velas, partiéndose para ir en busca de las islas que los indios le decian que tenian mucho oro, pero no le hizo tiempo y tornó á surgir; envió á pescar la barca con la red. El señor y Rey de aquella tierra, que tenia, diz que, un lugar cerca de allí, le envió una gran canoa llena de gente, y en ella una persona principal, criado suyo, á rogar afectuosamente al Almirante que fuese con sus navíos á su tierra, y que le daria cuanto tuviese. Este Rey era el gran señor y rey Guacanagarí, uno de los cinco Reyes grandes y señalados desta isla, el que creemos que señoreaba toda la mayor parte de tierra que está por la banda del Norte, por donde el Almirante por estos dias navegaba. Á este Rey debió mucho el Almirante, por las buenas obras que le hizo, como luego parecerá. Envióle, con aquel su criado y Embajador, un cinto que en lugar de bolsa traia una carátula, que tenia dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz; este cinto era de pedrería muy menuda, como aljófar, hecha de huesos de pescado, blanca y entrepuestas algunas coloradas, á manera de labores, tan cosidas en hilo de algodon, y por tan lindo artificio, que, por la parte del hilo y revés del cinto, parecian muy lindas labores, aunque todas blancas, que era placer verlas, como si se hobiera tejido en un bastidor, y por el modo que labran las cenefas de las casullas en Castilla los brosladores, y era tan duro y tan