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de las Indias.

CAPÍTULO XXVIII.


En estos dias envió Dios muchas lluvias, y creció el rio y abrió la entrada en la boca para que los navíos pudiesen salir á la mar, y así, determinó el Almirante de se volver á Castilla con los tres navíos, dejando el uno á su hermano el Adelantado, y á los que con él quedaban en el pueblo, que allí, en Veragua, determinaron hacer, como es dicho. Tambien pensó venir por esta isla Española, y de aquí enviarles el socorro que pudiese. Salió, pues, con los tres navíos, fuera del rio, á la mar, despedido de su hermano y de los demas, echadas sus anclas una legua de la boca, esperando que hiciese buen viento para proseguir su viaje. No faltó cierta ocasion, para, entre tanto, enviar la barca á tierra el rio arriba, y esta fué tomar agua y otras cosas que debiera el Almirante querer á su hermano proveer; y como el rey Quibia, que de la prision en el rio, llevándolo á los navíos, se habia escapado, quedase della y de la de su mujer y hijos, y los otros suyos tan lastimado, y de los otros agravios, y viese salidos los tres navíos y el Almirante, ó, por ventura, no esperaba que saliesen, sino, cuando tuvo su gente recogida y aparejada, vino sobre el pueblo de los españoles, al mismo punto que llegaba por allí la barca, y hízolo tan secreto que no fué sentido hasta que estaba del pueblo diez pasos, por la mucha espesura del monte que al pueblo cercaba, y arremeten con tan gran ímpetu y alarido, que parecian romper los aires. Y como los españoles estaban descuidados, lo que no debieran, pues sabian los daños tan graves que habian cometido á quien no les habia hecho agravio, ántes recreado, y debieran temer que los agraviados no se descuidaban, y las casas eran cubiertas de paja ó de palmas, tirábanles las lanzas, que eran palos tostados con